domingo, 7 de julio de 2013

Leonardo Pez

La llorona

Cierta noche de invierno, mamá y los otros llegaron a casa.
Por esos días sentía que la noche no era la alfombra del día,
tal como tío Alberto solía contar en sus emocionantes fábulas.
La infancia no me alcanzaba para diferenciar lo efímero de lo eterno.
Entonces arribó mamá sin previo aviso.
Los otros eran cuatro o cinco durante el día, pero crecían en la noche.
No era extraño recostarse con una centena y amanecer con un millar.
Era triste, claro, pero era la única manera en que mamá podía ser feliz.
Son como mis hijos pero etéreos, decía ingenuamente.
Los otros, en cambio, despreciaban a mamá.
Ahí va “la desgreñada”, susurraban a mis espaldas.
Ignoraban mis diálogos matutinos con las paredes de casa.
Cuando osé decirle a mamá lo que pensaban de ella, se enfadó.
Me mandó al infierno ida y vuelta, y me lanzó uno de sus típicos adverbios de mar.
-Vete de casa, niña, ya eres grande. Déjame sola con mi muerte.
Desde ese día y hasta el fin de los tiempos, vivo llorando lágrimas truncas.


Leonardo Pez (Santa Fe)

No hay comentarios:

Publicar un comentario